Al adolescente le han dicho en la escuela que desaprobará el curso de arte si no cumple con entregar todos los trabajos que tiene pendientes. Le interesa dibujar formas truculentos, de gran realismo y con una técnica bastante sofisticada para su edad. Se podría decir que es un gran dibujante de cosas macabras. También es cierto que sabe dibujar árboles coloridos, paisajes urbanos en perspectiva, retratos humanos de proporciones reales, pero no le interesan tanto esas temáticas y por ello, se resiste a “ cumplir”. Los dibujos que sí ocupan su tiempo libre, se los rechazan por violentos y le piden que los regrese a casa, que guarde “eso”. La explicación es algo insólita: cuidarlo de la estigmatización de sus compañeros, es decir, protegerlo de la opinión que los demás puedan tener de él. Es por esa razón que tampoco se le permite mostrarlos al público en las exhibiciones de arte.

 

Desde otro punto de vista, podrían tener algo de razón. No por el “qué dirán” dentro de la comunidad escolar, sino porque quizás así podría salir un poco del monotema. Sin embargo, luego va quedando claro que la estigmatización no viene tanto de sus compañeros, sino de la institución. En un colegio «como ese”, las familias se podrían asustar y no comprender la carga violenta de sus dibujos.

 

Las imágenes que nos habitan, no son solamente imágenes luminosas, muchas veces son truculentas y nos dan miedo. No las comprendemos, no las aceptamos, no las podemos mirar, porque nos hablan de nuestro dolor.

 

Con estas lineas abogo, no sólo por la necesidad de expresión auténtica de muchos niños, niñas y adolescentes que buscan darle voz a su alma a través de la creación y de la proyección de un grito, sino también como una defensa de sus imágenes, en defensa del arte. Es evidente que se suelen confundir, con mucha facilidad, las metáforas con la realidad.

 

¿Es un dibujo violento la señal de una mente violenta?

¿El que crea una pistola de cartón es un criminal en potencia?

 

Interpretar las imágenes violentas como si fueran lo mismo que la violencia de quien las crea, es de una simpleza que termina desanimando a muchos niños y adolescentes. Pierden la curiosidad y el interés por seguir explorando, a través del lenguaje artístico, sus búsquedas personales: su «quien soy” o «cómo me siento”, y se frena su potencial transformador. Nos podríamos preguntar cómo una imagen violenta va a desarrollar el potencial transformador de quien la crea. El tema es complejo, pero resumiendo, tiene que ver con que no podemos desarrollar plenamente nuestros recursos personales, sino se han integrado nuestras oscuridades y luces.

 

Ahí están, viviendo dentro, buscando salir de alguna forma, como la hace una burbuja en una pieza de cerámica.

¿De qué formas buscarán salir nuestras imágenes cuando se hallan presas, atrapadas en la densidad de la materia?

Hay que hacerle un huequito para que salga el aire atrapado adentro, sino la obra explotará al calentarse en el horno.

 

Es importante diferenciar la violencia explícita y real de la violencia metafórica. De una sí necesitamos cuidarnos, tanto personal como socialmente, y prestar atención a señales que nos preocupen. Pero más que cuidarnos, hay que prevenirla. ¿Cómo hacerlo? Comprendiendo que todos tenemos una carga interior de violencia, que habita en una zona que podemos llamar “oscuridad”. No porque sea mala en sí misma, sino porque son emociones intensas que desconocemos y tampoco sabemos a qué están asociadas. Le tememos mucho a lo que no conocemos y justamente por eso, es muy importante conocer lo que vive en nosotras en la zona de nuestros instintos. Si negamos esas formas que buscan ser reconocidas, si las acallamos, lo que haremos es que se nos rebelen y que salgan furiosas al exterior, al mundo real, queriendo destruir aquello que las limita. En el mejor de los casos, nos asustarán y asustarán a otros, pero silenciarlas sí puede tornarse peligroso. La existencia de nuestro lado feroz necesita ser aceptado e integrado a nuestra vida de una manera sana. Es importante que se muestre en un espacio y tiempo contenido y seguro. El lenguaje de las metáforas, que son las que utilizamos en las artes, nos permiten honrarlas, escucharlas, observarlas y dialogar con ellas. A partir del encuentro con las artes, podemos transformar la virulencia de nuestros monstruos en imágenes, al depositarlas en narraciones, pinturas, esculturas, sonidos, movimientos, danza y representaciones teatrales.

 

La educación artística es fundamental en la escuela, porque pone en evidencia la capacidad que tenemos para transformar nuestro mundo interno. A través del proceso de creación, el arte nos habla de nuestra verdad integrada, de nuestras sombras y luces. Para muchas niñas y niños, este sea quizás el único rincón posible en donde puedan explorar el territorio oculto de sus emociones con libertad.