Me ha costado separarme de aquella niña que ¡todo lo rompe, todo!, ya que es esencialmente  – qué significa esencialmente? – no otra que la que alguna vez le quitó al árbol su corazón. Somos la misma.

No es más que materia oscura con múltiples ojos abiertos que te miran de frente, sin pestañear. Es todo lo que puedes ver, mientras ella observa en calma tus movimientos, las rutas que deben transitar las piezas, las singularidades de los elementos, la densidad de las partículas, que son sólo fragmentos de tu imagen. Lo que llega a ti, lo sientes como ráfagas de aire helado detrás de las orejas, que sacuden por un instante tu cotidianidad, tus rutinas, y te obligan a generar una idea. A veces, se mueren en el camino, se quedan truncas, no terminan de llegar al siguiente lugar de reposo. Otras, hacen un sonido, como el de la máquina tragamonedas que de una en diez mil, lanzan algo sorprendente, que te sirve. Dentro de esa oscuridad vive la niña que ¡todo lo rompe, todo!, y que es no otra que la que alguna vez le quitara el corazón al árbol. Esa que tenía prohibido llorar y que ahora se desea y se teme. Son la misma.