El niño dejó pasar el tiempo mirando su papel, sin atreverse a dejar su marca. Después de un tiempo, ella notó que aparecía un tallo largo y luego otro, ramas y una que otra flor. Le sorprendió, porque había sentido que su energía iba por un camino diferente en clase. Lo había sentido inseguro, temeroso y, de pronto, había surgido una flor robusta y colorida. Supo que algo extraño estaba sucediendo y decidió quedarse a una prudente distancia a observar un momento. El misterio fue rápidamente develado: una compañera dibujaba por él y así lo salvaba del tormento de tener que dibujar algo “bonito”, que satisficiera a los demás.

 

Amablemente, su maestra le explicó que podía crear sus propios dibujos, que no había necesidad de pedirle a alguien más que se los hiciera y se encontró con una mirada de auténtica sorpresa, rayando en preocupación. El niño continuó sin dibujar nada por un tiempo. Ella se acercó nuevamente y le preguntó qué pasaba. Con la misma preocupación y a modo de confesión, le contó que él dibujaba … “peleas”. ¡Eso es lo que él dibujaba! En ese instante se dio cuenta de lo que había sabido siempre. A los niños muchas veces no se les deja expresar su agresividad en uno de los lugares más seguros que existen. Su experiencia, a la corta edad de cinco años, le había enseñado que no estaba bien dibujar su oscuridad, sus monstruos, sus peleas. Él era un niño aplicado y bueno y había aprendido a obedecer. Sus fieras furiosas no habían encontrado aún un espacio para salir a la luz.
Pero algo muy extraño sucedió cuando su nueva maestra le preguntó: “¿Y por qué no dibujas eso, «la pelea»?». Los ojos se le abrieron como platos, se le iluminó la mirada y pronto surgió el entusiasmo. ¡¿Puedo?!”, le preguntó. “Por supuesto”, le respondió ella, transmitiéndole confianza. A los pocos minutos, su papel había sido ocupado por un personaje lleno de energía, de expresión vivaz y con una mano grande que sostenía una pelota de color naranja intenso. ¡Está peleando!”, exclamó contento el niño. El desgano y temor inicial se transformaron súbitamente en entusiasmo; ahora podía dibujar sin restricciones y recuperó el placer de crear. Pronto emergería su primera obra con el título: ¡SOY YO!